¿POR QUÉ NECESITAMOS AMAR AL CONOCIMIENTO Y A
NUESTROS SEMEJANTES?
-17 de septiembre de 1969-
©Giuseppe Isgró C.
Iniciar temas como el que nos ocupa, que son de
gran trascendencia social en la orientación de los valores humanos, presupone
la existencia de personas con profundo interés hacia aquellos ideales de
auto-superación, indispensables para una evolución constante.
En realidad, todos los seres humanos, de una u
otra manera, manifiestan profunda preocupación e interés en ocuparse de aquello
que estimula a las facultades intelectuales y les permita un desarrollo de las
propias fuerzas creativas.
Esto indica sobre todo que no se yace estancado
y que se está en posesión de ideales renovadores y definidos. Una acción
continua permitirá coronar exitosamente a los mismos.
Los ideales máximos que ser alguno jamás quedará
excluido de cumplir, son aquellos que esbozan, en primer lugar, el sabio
Quilón, el Lacedemonio, en su máxima: -“Conócete a ti mismo”, y en segundo
lugar, aquella que enseñara otro hombre no menos sabio: Jesús: -“Amaos los unos
a los otros”-.
Estas máximas encierran toda la sabiduría –potencial- Universal, lo cual podremos
observar en el transcurso del presente trabajo.
El amor, ese sentimiento sublime en el que los
espíritus humanos comienzan a vibrar en más
elevado grado, cada día, es la ley sabia de la Creación. Es la energía que
en el ser humano manifiesta e inspira los más grandiosos anhelos de palpar la
refulgente luz de la evolución. -Es
decir, estados más elevados de conciencia-.
Es la música que armoniza todas nuestras
acciones en el ascenso de nuestra evolución. Por ende, nuestros anhelos de
acción no son más que manifestaciones de amor hacia aquello que se desea. Pues
se ama aquello que se anhela. Del ser humano depende que ese amor sea sublime o
nefasto.
La sabiduría es el galardón del hombre en su
continua progresión evolutiva. Para conquistarla, atraviesa por experiencias
sin fin en un proceso de eterna y continuada vida. Labra en la fertilidad de
sus fuerzas creativas, estudia y en su aprendizaje el inmenso horizonte de la
sabiduría se hace patente. En las profundidades del conocimiento el hombre se
pierde y se percata que poco sabe.
Esto nos recuerda a Newton en la oportunidad en
que le preguntan cómo se siente por sus triunfos en los predios científicos y
él contesta: -“Me parece como si hubiera
pasado mi vida como un niño que cavando un hueco en la arena de la playa
tratara de verter toda el agua del Océano en él”-.
Indudablemente Newton era un sabio, como lo fue
también Sócrates cuando exclamó: -“Yo
sólo sé que no sé aquello que no sé” y fue considerado por la Pitia del
Oráculo de Delfos como el hombre más sabio de su época.
Derivamos de lo anterior sabia lección. El
hombre comienza a ser sabio cuando se reconoce a sí mismo. Entonces él
comprende su misión en la naturaleza y cual Newton experimentado, exclama: -“Nada sé, pero estudiaré y sabré”.
El hombre se ha reconocido a sí mismo cuando a
este estado ha llegado.
¡Hosanna! Saludos al hombre que su identidad
espiritual descubre. En la sabiduría penetra y cual Flamarión en lo infinito
profundiza. Ya el hombre no es pequeño, pues la potencia de su luz se
manifiesta, y en el progreso labra su existencia.
Se necesita amar al conocimiento para cumplir
aquella máxima, ya mencionada, del “conócete a ti mismo”, cuyo amor se
manifiesta cual ideal que lleva al hombre a escudriñar en todo, llegando,
gradualmente, a descubrir que en él mismo se encuentran los secretos del Universo,
pero, paralelamente, se percata de que él no es más que un Universo en
Miniatura o Microcosmos, y que conociéndose a sí mismo podrá conocer con cierta
facilidad al Gran Universo o Macrocosmos.
Pero, sobre todo es necesario no olvidar que si
el ser humano es un pequeño centro de sabiduría y que representa en sí la
máxima sabiduría del Universo, necesitamos amarle, tanto porque nuestros
semejantes al igual que cada uno de nosotros es la expresión sublime de la
fuerza creadora universal, como por la sabiduría que en sí encierra y
representa.
Repetimos, es necesario amar a nuestros
semejantes porque en cada uno de ellos estaremos amando la máxima expresión del
Creador y toda la fuerza de sabiduría que Él haya podido imprimir al Universo.
Entonces, preguntamos: -¿Por qué no amar al
conocimiento y a nuestros semejantes, si ello permite la introducción a ese
maravilloso campo de la sabiduría del hombre en su real expresión Universal?
Publicado en el Diario La Prensa, de Puerto La
Cruz, Venezuela, el día Miércoles 17 de Septiembre de 1969.
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