EL PODER DE LA OBSTINACIÓN
©GIUSEPPE ISGRÓ C.
Herman Hesse, comentaba en uno de sus ensayos, que
la palabra que más le había emocionado, y a la cual siempre había prestado una
atención especial, era “obstinación”, equiparable a “tenacidad”.
Se refería a esa clase de obstinación que engendra
una fuerza de voluntad de tal magnitud que conduce a la persona a superar
cualquier obstáculo, de la índole que fuere, empleando los recursos esenciales
hasta alcanzar la meta.
Tomás Alva Edisón, era de este temple. El 21 de
octubre de 1879, después de realizar más de diez mil experimentos para
encontrar el filamento y la técnica adecuada mediante la imaginación sintética,
perfeccionó la primera bombilla eléctrica.
La obstinación de Henry Ford, de construir el motor
V-8, hizo realidad algo que sus mismos ingenieros creían imposible. Solía
decirle: -“Lo quiero y lo conseguiré”.
Napoleón, borró de su diccionario la palabra “imposible”;
tal eran su determinación de triunfar.
Bolívar, en Casacoima, en condiciones adversas,
soñaba con los éxitos de la campaña del Sur. En Pativilca, postrado, a la
pregunta de Don Joaquín Mosquera: -“Y qué piensa hacer usted ahora?”,
–con ojos resplandecientes, expresión decidida y confiada actitud,
responde: -“Triunfar”; haciendo realidad, poco después, su sueño de la
emancipación latinoamericana.
Es la tenacidad de aquella hormiga que, con una
carga de mayor volumen que la de su cuerpo, se volvió a levantar una y otra vez
en el ascenso de un escalón, hasta que, felizmente, a la treinta y seisava vez,
logró superarlo, inspirara a un famoso líder que, después de una fallida
contienda, le observaba, haciéndole tomar, la inspiración que recabó de ello,
la determinación de reagrupar a su gente y reemprender las acciones, saliendo
triunfante en las mismas.
No existen barreras infranqueables para una mente
determinada a triunfar.
De esta casta de seres extraordinarios que han
hecho de la obstinación el instrumentos de sus múltiples y continuos triunfos,
era, con certeza, el Ilustre, P:. y QH:. José Antonio Páez, que en la batalla
de las Queseras del Medio, solamente con ciento cincuenta y tres hombres,
elegidos por él, venció a Pablo Morillo, con siete mil hombres. El Libertador,
que había presenciado los sucesos, emocionado y admirado, a la vez, mediante
una proclama, elogió lo ocurrido como “la mayor hazaña heroica de todos los
tiempos”. Constituye un paradigma indiscutible.
Ignacio de Loyola, en un aforismo, parafraseado,
expresó: -“En tiempos menos fáciles no hay que mudar de propósito”, indicando,
expresamente, que jamás debe abandonarse un proyecto a mitad de camino.
La inmutabilidad en la realización de los objetivos
identifica a los triunfadores, en los tres reinos de la naturaleza.
Esa planta que habiendo sido pisada, se vuelve a
erguir, demuestra una voluntad férrea de vivir con dignidad.
El águila que, al llegar a una edad intermedia, debe
tomar la difícil decisión de desprenderse de su pico y plumaje, en un proceso
nada fácil de renovación que dura ciento cincuenta días; muchas la toman; otras
no. Quien decide hacerlo, con renovada fortaleza vive los siguientes
35 años.
Michele Isgró Scibilia, solía decir: -“Cuando el
mundo parece que se acaba, comienza de nuevo”-.
En la obstinación reside uno de los mayores
secretos del éxito; en el momento de negarse en abandonar, persistiendo
impasible en dirección de la meta, en ese mismo instante se activan los poderes
creadores de la mente y se comienza a tomar el control de las propias
fuerzas y de las circunstancias exteriores; oportunamente, se gestan los
resultados.
Obstinación, es una hermosa palabra que encierra en
sí misma un mundo de creación y objetivos felizmente realizados o en camino de
serlo, sobre todo si lo justo rige la intención.
Imaginemos a la tenaz y victoriosa hormiga,
exhortar a sus congéneres, diciéndole:-“Conquistad vuestras metas con calma
imperturbable, impasibilidad, serenidad y paciencia, haciendo uso de de los dos
mayores poderes existentes: el amor y la obstinación triunfante. ¡Triunfad,
ahora y siempre!”-.
La tenacidad de un jardinero que siembra las
semillas, las riega con dedicación y amor, hasta que un día contempla extasiado
a las hermosas y radiantes flores; parecieran sonreírles agradecidas.
La fábula del rosal, de Niko Kazantzakis, encierra
una hermosa moraleja: -“Un día, las ortigas pidieron al rosal: -Señor rosal,
¿no quieres enseñarnos a nosotras también tu secreto? ¿Cómo te ingenias para
hacer las rosas? Y el rosal respondió: -Hermanas ortigas, mi secreto es muy
simple. Durante todo el invierno, con paciencia, confianza y amor yo trabajo la
tierra y solo tengo una cosa en mi mente, la rosa. Las lluvias me azotan, los
vientos me deshojan, las nieves me cubren, pero yo solo una cosa tengo
en mi mente, la rosa. Éste es mi secreto, hermanas ortigas”-.
Adelante.
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