EL HOMBRE, ESE GIGANTE DE
LA ACCIÓN
-1970-
©Giuseppe Isgró C.
El
hombre, es un ser cuya labor fundamental es labrar evolución, es decir, estados
de conciencia más elevados. La naturaleza, desde el principio inmemorial
constituye el libro eterno de la sabiduría. El hombre heredó del Creador, ese
cúmulo de riquezas, ese inmenso taller Universal, donde experimenta, trabaja,
actúa, evoluciona y se hace sabio.
Desde
que el hombre inicia su actuación en la escala de valores, comienza desde un
grado primario, como un ser sencillo, despojado de toda experiencia y con un
mandato del Creador, de acrecentar la Creación y ser maestro de la misma. Él es
un centro de energía potencial y un cúmulo de sabiduría, luz y amor en estado
embrionario latente. Es decir, es poseedor de una fuerza creadora, la cual va a
aprender a usar, para efectuar la transformación continua de las formas en la
naturaleza y en ella, su evolución.
Ese
valor inmenso de potencialidad y luz que en sí encierra, se encuentra
desprovisto de experiencia y es opacado, neutralizado en el momento en que el
espíritu toma materia en su primera encarnación.
Es
decir, el hombre tiene en sí ese caudal enorme de sabiduría y luz que encierra
el Universo, pero falto de experiencia, no la reconoce, o deja de apreciarla,
por lo que él va a iniciar su carrera como hombre partiendo del grado mínimo de
evolución, -siempre como hombre, en este
punto está descartada la teoría de que el hombre ha evolucionado de especies
inferiores-, para que por medio de las experiencias y estudio perpetuo él
pueda reconocerse a sí mismo y su misión en la naturaleza, a través del
cumplimiento de la ley de la Reencarnación y
de la Ley Cósmica impresa en la conciencia.
El
hombre, es un Universo en miniatura o microcosmos. En él está todo lo que
existe en el entero Universo. En la formación de su cuerpo participan los otros
tres reinos naturales. El alma alberga los instintos naturales de esos reinos, que
representan grados naturales de inteligencia. El cuerpo y el alma del
hombre, son complementados por un ente inteligente, espíritu, parte indivisa y
activa de ese principio Creador. Ese ente, Espíritu, -dotado de los mismos atributos divinos del Creador- tiene por
misión dirigir la acción creadora y evolutiva del Universo. El cuerpo del hombre
es un vehículo que permite la manifestación de la vida-espíritu, quien se sirve
de aquel para realizar su actuación. Pues, el cuerpo sin el espíritu no
presenta signos de vida y el espíritu sin el cuerpo no puede ejercer su labor
en las formas físicas de la materia.
Como
el hombre es depositario de todo lo existente en el Universo, en porción
ínfima, de ahí que él tiene como labor inmediata conocerse a sí mismo, en las
partes constitutivas, y de ese conocimiento particular elevarse a lo general,
el Universo o Macrocosmos, parte integral que eternamente estudiará.
Con
acertada sabiduría expresó Quilón, el Lacedemonio: -“Hombre, conócete a ti
mismo, que el estudio propio del hombre no es conocer a Dios sino conocerse a
sí mismo”.
Mientras
eternamente el hombre estudia y avanza en sabiduría, se percata de que son
tales las magnitudes del conocimiento, por explorar dentro de sí, microcosmos,
y del Universo, Macrocosmos, que sabe a ciencia cierta que siempre encontrará
un más allá.
El
hombre, es como un diamante; cuando inicia su misión, toda su riqueza en
valores se encuentra cubierta por corteza; mientras evoluciona, pulimenta la
capa que su luz opaca, y se manifiesta el potencial de fuerza y sabiduría que
en sí encierra. Pero siempre habrá nuevos horizontes de la luz que alcanzar,
porque “siempre hay un más allá”.
El
hombre, en su ambiente natural, utiliza como herramientas los elementos
naturales con que le ha dotado la naturaleza y desarrolla su labor.
El
inmenso Universo es el Taller Universal del hombre. Como en toda empresa,
existen normas o sistemas, un orden establecido y condiciones, que se llaman
leyes, las cuales ha de conocer y cumplir inexorablemente.
El
mismo, en su ser físico, biológica y físicamente tiene ciertas características
que reflejan las huellas de esas leyes. Aun cuando el hombre tiene libre
albedrío, llega un momento, en su escala evolutiva, en que comprende que, para
efectuar una marcha armónica, en ritmo ascendente de evolución, tiene que
cumplirlas y las cumple.
El hombre
es un ser gregario, es decir, su labor la realiza en conjunto con otros seres y
ha llegado a formar lo que llama sociedad. Toda la labor del hombre en sociedad
es realizada ayudando y recibiendo ayuda de otros. Todos son el complemento de
todos: la sociedad. Cada ser, o individuo, es un grado de fuerza, de progreso,
de sabiduría. En el Universo existe una cadena infinita de fuerzas, por grados,
partiendo del cero al infinito.
En
esta cadena, integrada por entes individuales de fuerzas y grados, cada grado
es un factor, cada factor es un hombre. Cada hombre es una parte de la misma,
cuya esencia constituye la Fraternidad Universal. Cada uno cumple su cometido.
Para que haya armonía de fuerzas, bienestar colectivo, las debe integrar un
solo querer unánime; un solo deseo: Un ideal común.
Cuando
el hombre no ha alcanzado un estado determinado de evolución, -estado de conciencia- se encuentra
deslindado de la solidaridad del conjunto. Para que exista un perfecto
equilibrio social, es preciso que las fuerzas individuales estén acopladas
adecuadamente.
El
hombre, en la tierra, desde las edades prehistóricas, ha venido realizando
mejoras en sus relaciones sociales y medios de comunicación con sus semejantes.
A
medida que evoluciona, ha ido acoplando sus fuerzas para realizar una mejor
estructuración de la comunidad. Grandes obstáculos han sido interpuestos en su
avance, de los cuales, unas veces ha vencido, otras ha caído, Pero,
parafraseando a Confucio, de lo que hay que vanagloriarse es de levantarse cada
vez que se cae. El hombre ha caído, se ha levantado, lucha constantemente,
eternamente avanzará.
La
unión de fuerzas permite satisfacer mejor las necesidades humanas y les conduce
a una realización más efectiva de sus ideales.
Los
mismos seres de rango diferente al ser humano, se unen en manada o grupo para
subsistir.
Mediante
las cualidades que forman la personalidad, el ser humano combina, mejorando,
sus relaciones con los demás, en un esfuerzo supremo hacia una mejor armonía.
Constantemente,
son adoptadas normas para mejorar esas relaciones, las cuales son regidas,
también, por una ley natural que se denomina Afinidad. Ella agrupa a individuos
con condiciones y cualidades análogas. Es
la ordenadora del Universo.
El
hombre, agrupado con sus semejantes, actúa comunitariamente dentro de la
naturaleza Universal. Satisface, en esa unión, los imperativos psico-físicos
que les caracterizan.
En el
inmenso Universo que ha heredado como fuente común de trabajo, el ser humano
cumple su misión. Es decir, al mismo tiempo que perfecciona las formas de la
naturaleza en una transformación activa se transmuta a sí mismo; su sabiduría y
progresa labra.
La
naturaleza es el libro eterno que estudiará. Para ello el tiempo siempre es
presente. Caudales de conocimientos y sabiduría inagotables se les ofrecen para
ejercitar su infinita capacidad de realización. Nada se le oculta; todo está
expuesto ante sus ojos. Sólo le limita su propia capacidad de percepción y el
estado evolutivo de su inteligencia. En la medida que desarrolla su conciencia
perceptiva podrá conocer más y mejor ese hermoso libro y su grandiosa
misión. Podrá conocerse a sí mismo y reconocerse en el Creador Universal,
armonizándose con los planes que Él trazara para la realización de la Obra y
asumir la cuota con la cual desea contribuir.
Por
eso, cuando el ser humano vislumbra la realidad que le es inherente, se avoca
al estudio asiduo o intenso de todo cuanto le rodea, para mejorar su condición
humana y espiritual. En la medida en que la luz se manifiesta libre en el curso
del proceso evolutivo, conociéndose a sí mismo, labrando la gran misión con que
ha sido investido en su propio ambiente o en el que elige desenvolverse, por su
propio peso específico, va adquiriendo conciencia de su condición de co-Creador
y activo Gigante ejecutor en la manifestación eterna de la vida.
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