ENSAYO SOBRE EL HOMBRE
Y SU RELACIÓN CON DIOS
-1970-
©Giuseppe Isgró C.
En el curso de los milenios, la proliferación de ideas y
conceptos sobre Dios ha permitido que pueda existir gran confusión y constante
duda sobre la “insondable” personalidad de Dios.
Desde las épocas primitivas, cuando el hombre temía al
rayo, a los truenos y a otros fenómenos naturales, concibió ideas de adoración
y de ofrendar sacrificios que pudieran granjearle la simpatía de determinados
dioses. Con la evolución de esas ideas y creencias, con el transcurso del
tiempo, pasando por la adoración de los espíritus de los antepasados, etcétera,
hasta concluir con el concepto monoteísta que en diferentes partes del mundo
conocido, en cada época, fuera propagado por gran número de “guías de pueblos”,
patriarcas, profetas, entre los cuales, nombrando sólo algunos, tenemos al
“Hellí”. de Abraham, al Jehová, de Moisés, al Dios Atón, de Aknatón, en Egipto,
etcétera, quienes han conducido las creencias hacia la existencia de un solo
Dios Universal.
Cada nueva generación hace posible la introducción de
“cambios” que aportan “nuevas luces” e “innovaciones” sobre los más arduos
problemas del hombre, sus relaciones con una “casi ignorada” causa superior de
los reinos espirituales, de los cuales, la proliferada división de creencias
impartidas por las múltiples religiones, han sembrado la más espantosa
oscuridad en las conciencias, cuyos cimientos arcaicos y dogmáticos, las nuevas
generaciones se están haciendo cargo de demoler, para establecer ideas más
dinámicas y acordes con la evolución que la humanidad está viviendo en los
momentos históricos actuales tan trascendentales.
El hombre, por su condición intrínseca, al referirse a
alguna cosa, tiende siempre a relacionarlo con las experiencias que él posee.
Es común observar como el ser humano atribuye a Dios sus propias cualidades e
imperfecciones humanas. Los conceptos que de Dios el hombre tiene, pareciera
que lejos de ser un Creador Inmutable, fuese un Dios parcial, vengativo e
injusto y terrible.
De igual manera se atribuye a Dios el don de perdonar si
el pecador se arrepiente y algún semejante, “uno de sus ministros” le
absolviera. Como si la naturaleza no diera suficientes manifestaciones y
pruebas del rigor -de causa y efecto- que sigue a la infracción de las
inmutables leyes.
Es frecuente ver que existen personas que creen que Dios
puede permitir o impedir algunas realizaciones del hombre de manera arbitraria,
dado que, si Él hizo las leyes, se piensa que también puede modificarlas.
Acertadamente, Joaquín Trincado, expresó: -“Dios hace
todo cuanto debe y no cuanto quiere”-.
Cierto día, recuerdo haber oído a alguien que preguntaba
a su amigo: -“¿Vienes mañana?” Y el amigo le contestó –“Bueno, ¡si Dios
quiere!” Mientras que el amigo, sonriente, nuevamente, le decía: -“Bueno, ¡si
Él no quiere, te vienes a escondidas!” Esto evidencia hasta que punto el hombre
ha humanizado a Dios, pero también señala su despertar cuando ya comienza por
romper los lazos del temor y de la superstición respecto a Dios.
Los clásicos y fantásticos infierno y paraíso, por los
que fuera posible aumentaron, en el plano económico, los “millones” en las
distintas instituciones u organizaciones de índole religioso, de manera
especial en la llamada “iglesia universal”.
Pese a que a la ciencia le ha resultado fácil y ya ha
sido posible demostrar la carencia de fundamentos de esas creencias, sin
embargo, persiste una ola de confusión, especialmente en las mentes muy
religiosas y fanáticas, en los últimos intentos de esas instituciones por
mantener un poco más sus influencias.
La misma concepción absurda del “diablo” ya fue posible
que rodara por el suelo, cuando las mentes abiertas no tuvieron prejuicios de
abordar temas tan “delicados” e “insondables”. A tal objeto, cabe mencionar lo
que a continuación copiamos del interesante libro “El Diablo” de Giovanni
Papini: -“En una de las primeras páginas del librito de texto el pequeño Byron
leyó estas palabras que nunca olvidó: “Dios hizo a Satán y Satán hizo el
pecado…..Jorge (Byron) había sido educado por su niñera Mary Gray en un temor
saludable a Satanás y de sus llamas eternas. Pero ahora en el libro le
enseñaban que Satanás había sido hecho por Dios y que este hijo de Dios había
tenido por hijo el pecado. ¿Cómo Dios, entonces, había creado a Satanás con
capacidad para errar, para pecar y para hacer el mal? Dios era el Padre de
Satanás y Satanás era el padre del pecado. Y una de dos: o no debió poner en el
mundo a Satanás o debió haberlo hecho de una sustancia más pura, incapaz de perjudicarse
a sí mismo y a los demás”. –“Razonamiento de niño?”, -pregunta Papini, y él
mismo se responde: -“De acuerdo, pero, ¿acaso no ha dicho Jesús que a los niños
ha sido dado comprender aquello que es oscuro a los sabios?”.
No obstante, a la luz de este trascendental siglo, y con
los aportes de las nuevas generaciones, ya es posible vislumbrar un “Principio
Creador” muy por encima de los absurdos atribuidos a Dios hasta ahora. La
demostración repetida de la Reencarnación ha puesto en evidencia el reflejo
superior de una “Ley” o “Justicia Divina Superior” muy digna del Creador
Universal y de sus inmutables leyes, de las cuales, una muy fundamental, en
ciertas instituciones de estudios superiores de filosofía o en la Escuela
Espírita, se conoce con el nombre de “Ley del Karma” o “Ley de Compensación”.
La frase: “Dios creo al hombre a su imagen y semejanza”
no es sino una tergiversación de la correcta expresión: -“Dios creó al hombre a
imagen y semejanza de su naturaleza”; lo cual es muy distinto.
Sólo la acentuación de la ignorancia ha hecho posible que
el hombre adorara como Dioses a maestros, profetas o misioneros de la
antigüedad, tal como aconteció con Krisna, Jesús y otros.
El hombre, en la medida que evoluciona desecha las
creencias cuya falsedad comprueba. Hoy ya comprende que no puede existir un
Dios de Venganza, cuyo hecho más despreciable sería condenar eternamente a sus
hijos. Así como, el de colocar para una sola existencia a cualquiera de sus
hijos en el mundo de vicisitudes como el planeta tierra para luego condenarle a
sufrir eternamente, como si ya no le hubiera sido suficiente la vida de luchas
terrenas. Además, por otra parte, las vidas de gran número de individuos a
quienes la “institución artífice de tales extravíos” elevara a la categoría de
“santos” reflejan un cuadro poco halagador en cuanto a la práctica de todas las
virtudes.
Las personas familiarizadas con la doctrina de la
Reencarnación y la ley de compensación, comprenden perfectamente lo que de
cierto hay sobre el punto anterior.
Ya el ser humano, en cada nueva generación, y de manera
especial en los actuales momentos históricos, piensa en un Principio Creador,
del cual emana todo lo existente; quien formalizó –en el eterno presente- las
inmutables leyes –universales- las cuales comienzan por conocer y cumplir,
aunque las fundamentales, sin conocerlas, también las cumple, pues como dijera
Jesús: “Ni una hoja de un árbol se mueve –por la ley cósmica- sin la voluntad
del Creador”. La ley por sí misma se manifiesta y el hombre sin darse cuenta no
escapa de su fuerza de gravedad.
El hombre se percata de que a Dios es “imposible” que
pueda conocerlo, a no ser por el reconocimiento de su grandeza en la grandeza
de la naturaleza y en ella “conocerse a sí mismo”. Acertadamente expresó Quilón,
el Lacedemonio: -“Hombre, conócete a ti mismo, que el estudio propio del hombre
no es conocer a Dios, sino conocerse a sí mismo”. –Aquí reside el gran secreto
para conocer a Dios. Primeramente el hombre debe conocerse a sí mismo; entonces
conocerá a Dios, dentro de sí mismo y del que forma parte en una unidad
perfecta e indisoluble. Al descubrir su propia divinidad, lo hace
simultáneamente con la de Dios. La condición sine que non es conocerse a sí
mismo, y en el mismo instante y grado, conocerá a Dios. Una pregunta
interesante: ¿No conocemos ya a Dios? ¿No les hemos visto ya cara a cara, en la
Rueda de la vida, en el Círculo y el Signo Más? Tratemos de
recordar……subjetivamente, interiorizándonos profundamente, muy profundamente,
con confianza. Nuestro Espíritu ya Le conoce. El constante recuerdo de su
nombre nos conduce al recuerdo del recordado. Cuando Le veamos, en el Círculo y
el Signo Más, en la Rueda de la Vida, nos percatamos, enseguida, de que ya Le
conocíamos y apenas breves instantes antes se tiene la certeza de que se la va
a ver. La meditación en los atributos divinos –valores universales- nos lleva
al conocimiento de los propios atributos divinos o sentidos cósmicos,
facilitando la práctica de todas las virtudes. Es preciso para ello una elevada
depuración del propio Espíritu y vibrar a frecuencias acordes al fin propuesto.
Es el testimonio de quienes aseveran este tipo de experiencias. Su número en el
tiempo es mayor de lo que podría pensarse. (Nota del autor del día 25 de julio
de 2009).
Bastante es la labor que el hombre tiene para conocerse a
sí mismo. Es su misión inmediata, por lo que reconoce la presencia del
Principio Creador cuya grandeza es un estímulo en el conocimiento y
cumplimiento de sus leyes. Evoluciona, siendo de esta manera posible conquistar
más conocimiento de sí mismo. La contemplación estática sobre la naturaleza y
la meditación pasiva sobre Dios no aportan beneficio alguno para la evolución
del hombre. El hombre debería destacarse por su acción en todas las labores
desechando para siempre la pasividad. Sólo el estudio activo y el constante
trabajo permiten la evolución, la que hace posible la presencia de la Fe Viva,
por el conocimiento y la sabiduría. Es preciso recordar que en lo que se centra
la atención se expande la conciencia intuitiva y el poder creador.
Mediante el desarrollo alcanzado por la Psicología
Experimental, -y las diversas corrientes de pensamientos- ha sido posible que
el hombre verificara que la presente existencia es sólo una de las miles –o
millones- que ha tenido y que tendrá en el futuro, en este planeta y en
infinitos otros. Sabiamente expresó Kardec: -“Nacer, desencarnar y volver a
nacer”, mientras que el filósofo Trincado corrobora lo mismo en la proclama del
programa perpetuo de estudio “La vida eterna y continuada”.
El conocimiento de lo que acontecerá al hombre después de
dejar la materia humana, unido a la comprensión de la Ley de Reencarnación,
permite derribar, desechando, gran cúmulo de supersticiones sobre la
“desencarnación”, despojándose la mente de absurdos dogmas, quien ya ha dejado
de sentir temor de un supuesto Dios de “Venganza” e “ira”, sino que mediante la
acción continua deberá reparar –compensando- los perjuicios que habrá podido
ocasionar y –de esta manera- evolucionar.
El hombre actual, generalmente libre pensador, ya dejó de
lado la adoración de imágenes y figuras porque comprende que al Principio
Creador, esa no es la forma adecuada de adorarle o amarle. Comprende ya porque
Isaías había condenado a los Dioses de barro y palo. Moisés, también es muy
explícito cuando en el Decálogo dice: -“…¡No harás para ti obra de escultura ni
figura de lo que hay arriba en el cielo, ni de lo que hay abajo en la tierra,
ni de las cosas que están en las aguas debajo de la tierra, no las adorarás ni
le darás culto”!
El filósofo Joaquín Trincado, en una de sus múltiples
obras, cuando se refiere a la adoración del Principio Creador, sabiamente
expresa: -“…la adoración al Padre será en espíritu y verdad y con el
pensamiento, sin fórmulas de oración que representan la rutina o el pensamiento
de quien la compuso. El “espíritu” debe expresar por el pensamiento la
necesidad o la alegría del momento, de pedido o de gratitud, y basta pensar en
el Padre, sabiendo que somos sus hijos y nuestro pensamiento en estas
condiciones llega a Él y porque con vosotros están espíritus afines que recogen
vuestro pedido y nos sirven de intermediarios; pero los cantos de amor, de
plegaría o gratitud hechos en común, son de mayor intensidad y son del agrado
del Padre porque representan vuestras alegrías y unidad en el Pedido”.
Nosotros, hoy en día, quienes promulgamos una espiritualidad directa centrada
en el Creador Universal, estamos conscientes de que en la relación del hombre
con su Creador son innecesarios los intermediarios. Empero, la asistencia
espiritual de los afines, guías y protectores, es siempre de gran utilidad y
apoyo y forma parte de la solidaridad universal.
El hombre tiene como templo el Universo, en él cumple las
leyes naturales, su misión de “acrecentar la creación y ser maestro de la
misma” y para elevarse a Dios lo hace sin fórmulas ni ritos. Bástale su potente
pensamiento. La mejor manera en que el hombre puede adorar a Dios, es amando al
semejante; la mejor oración es el trabajo productivo; el más sabio preceptor
espiritual es la conciencia; el mejor perdón: reparar las faltas cometidas.
El hombre actual debería estimular las cualidades
superiores del ser; intensificar su evolución, y saber que existe un Principio
Creador, que tiene leyes inmutable, las cuales es preciso cumplir, pero también
conocer, única manera de acentuar la propia evolución y demoler los castillos
de la superstición respecto a la personalidad de Dios.
El Gran Pedagogo es Dios, -el Creador Universal: ELOÍ-,
quien se expresa en la conciencia por medio de los sentimientos equivalentes a
los valores universales. Es la Ley Cósmica en acción por medio de la
conciencia. La ley de afinidad es la gran ordenadora del universo, con el
veredicto de la ley de justicia, con la cooperación de la ley de compensación y
la ley de igualdad, -en la ley y ante ella-. Por su intermedio, el ser recibe
su salario cósmico de acuerdo a la obra realizada, el cual le ubica y reubica,
constantemente, en el orden que le corresponde en armonía con su suma
existencial.
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