miércoles, 26 de febrero de 2014

HERALDO DE TIEMPOS NUEVOS


HERALDO DE TIEMPOS NUEVOS

 ©Giuseppe Isgró C.

 

 Era una mujer de un poco más de treinta años, delgada, erguida, con actitud serena y de exuberante dignidad; caminaba con paso firme y sosegado, reflejando una absoluta seguridad en sí misma, así como una gran lucidez en la expresión de su pensamiento.

Irrumpió con voz de trueno, en aquella plazoleta, de la ciudad que casi alcanza su cuarto centenario, y que aún refleja el genio arquitectónico español, en América.

El lugar se encontraba con poca gente, pero estaba ubicado frente a la sede de uno de los organismos oficiales de la ciudad.

 En su mayoría, quienes allí se encontraban eran personas sencillas, de las que parecieran no tener trascendencia alguna, y sin embargo, la tienen.

Muchos de aquellos seres pertenecían a aquel mundo destinado a transformarse. Pero, como siempre ocurre, frente a los cambios que exigen un esfuerzo extra, se resisten a adaptarse a la nueva realidad, bajo la égida de la ley del progreso. Empero, surgen nuevos estados de conciencia. Caso contrario, la ausencia de adaptación implicaría salir de escena y dar paso al nuevo grupo de líderes, que en cada época emerge.

Decía un prudente filósofo, con aguda sabiduría, que cada nueva generación que emerge trae sus respectivos líderes, y maestros. Podría decirse, también: Todo líder, en cada época, trae sus propios seguidores. Por eso asombra que, virtualmente, en poco tiempo, tantos seguidores se identifican con sus respectivos líderes, y uno se pregunta: -¿De dónde salió tanta gente que piensa igual?

Mirándolo desde la perspectiva de la Meta-Historia, cabría una pregunta: -¿durante cuántos ciclos de vida, en el planeta tierra, esos líderes y seguidores, han actuado conjuntamente? Esa es una de las razones por la que se dice que la historia se repite. Y esos líderes y seguidores, ¿no han actuado, ya, en otros mundos antes de venir a la tierra?

Los tiempos cambian, sujetos a un plan universal, que a su vez se rigen por un pensum invisible en la dimensión física del planeta, pero no menos real visto desde la perspectiva espiritual.

Esa es la razón por la que Louis Pauwels, en “El Almuerzo del Súper Hombre”, sugería que: “en un universo sin límites era preciso tener un pensamiento abierto”. (Parafraseado).

El río del progreso conduce sus aguas al mar de la unidad universal, en que se gestan nuevos estados de conciencia. Pero, se trata de una conciencia libre, siguiendo los cánones del libre albedrío que el Ser Universal imprimiera en ella, como atributo divino.

Empero, ningún atributo se rige con independencia de los demás; todos coexisten en armonía y se expresan con el lenguaje de los sentimientos inherentes a los valores universales, como guía en los actos humanos.

Los valores universales, son la expresión de los atributos divinos, cuya fuerza de empuje es como el río, que al anteponérsele un dique, por delante, e ir acumulándose sus aguas, detrás del mismo, llega un momento en que su potencia, concentrada en ese punto, alcanza tal magnitud que lo rompe. Entonces, el libre fluir de las aguas se asemeja al del progreso, y éste está plasmado en la ley cósmica, por el Ser Universal, que rige todas sus vertientes y variantes, en el eterno retorno.

Aún quienes parecieran ser los enemigos del progreso, son utilizados como instrumentos por la ley divina y los regidores universales, en el lugar y obras en que puedan ser útiles, y ninguno de ellos, lo percibe conscientemente.

Es el mecanismo de la propia ambición, que Dios puso dentro de cada ser, el que le impulsa a la realización de grandes obras, que cada quien cree que son propias. Empero, en realidad, cada uno es un obrero cósmico, en infinitos niveles de realizaciones. Lo que cada quien recibe, por su trabajo, es el salario cósmico. Pero la obra es de Dios; Él nos da la oportunidad de realizar el trabajo, y crecer, de acuerdo con nuestra capacidad de asunción de responsabilidades.

Acumular en un mundo de abundancia, ¿para qué? ¿Para ir cargado como un camello, en vez de ir liviano como un águila?

Perpetuarse en el poder, como lo vemos en todos los niveles ejecutivos, en gran número de instituciones, y países, no es sino una forma de estancamiento, donde por un lado está el líder que asume su rol con ansías ilimitadas de dominio, y por el otro, las grandes masas que gustan de las migajas del festín. Por un lado están los “seguidores”, mientras que por el otro lado de la cadena, el que se cree su perenne líder. Pero no hay diferencia, cada uno es esclavo del otro, y viceversa; es preciso darse cuenta de ello.

Pero, cada ser cumple el rol que le asignara la divinidad, por la ley de afinidad. Entre los integrantes de las grandes masas, pocos son los que quieren asumir retos significativos en beneficio de la colectividad. Le gusta más el rol de seguidores; y también, la “papa pelada”.

Hoy en día se prefiere hablar de líderes principales y líderes cooperantes. El primero prepara a los segundos para que, en todo tiempo, cualquiera le pueda sustituir, por cuanto, en todos, por encima del interés personal prevalece el del grupo. Al darles paso a los cooperadores a que asciendan, también lo puede hacer el dirigente principal.

Sólo aquellos que son capaces de asumir grandes objetivos de responsabilidad social, que tienen una visión que trasciende a la de la generalidad, y se preparan, pueden ejecutar lo pensado, sin importar el esfuerzo que amerita. Emergen como líderes, en cada época, y van realizando los objetivos cósmicos que se les delegan.

Pero, esos líderes situacionales van emergiendo con naturalidad; son, sin saberlo, instrumentos de ese orden cósmico, regido por la ley de afinidad.

La ley de afinidad, es la rectora, y ordenadora, del universo. Ubica a cada ser en el orden perfecto que se corresponde, exactamente, con su suma existencial.

Es decir, mediante la ley de afinidad, cada ser se encuentra en el lugar correcto, en el tiempo adecuado, haciendo lo que le compete, o dejándolo de hacer. Y cuando le toca cambiar de lugar, por su nuevo saldo existencial, tiene que hacerlo, y lo efectúa, automáticamente, porque nadie puede resistir a la fuerza ordenadora del progreso universal. 

Ese progreso, en cada época tiene sus heraldos, que van anunciando las buenas nuevas de la  edad de oro respectiva. Ellos señalan los cambios que se avecinan, los asuntos obsoletos que hay que dejar de lado, y las virtudes que hay que cultivar, como plan de vida ceñido al orden divino.

En la medida en que las grandes masas eleven sus niveles de conciencia, irán apareciendo los líderes acordes.

¿De qué serviría tener, ahora, líderes del tipo de la nueva edad de oro, que emergerán en torno al año 30.000 -d.n.e.- si nadie les seguiría en esos niveles de realizaciones tan avanzados? La naturaleza no da grandes saltos. ¿Quién puede imaginar los estados de conciencia que se tendrán dentro de treinta mil años? Empero, ¿qué representan veintiocho milenios? Menos que nada, en la eternidad.

Los poetas, maestros, articulistas, líderes, empresarios, madres, y los guías espirituales que inspiran, además de Dios, que realiza su trabajo en la conciencia de cada ser, cada uno en su respectivo rol, es un heraldo que anuncia los nuevos tiempos. Algunos ven más lejos que otros, y Dios en grado infinito, pero cada quien ve el lugar en donde deberá dar el siguiente paso, o anunciárselo a los demás.

El mecanismo de las propias necesidades, de los deseos y de la ambición personal, canaliza la energía creadora que representa el poder potencialmente infinito de cada ser, en los cuatro reinos naturales, en una eterna polarización.

La ley de la Justicia es la eterna guardiana del orden universal, y quien lo ejecuta es la de Afinidad, de acuerdo a la suma existencial de cada ser: es el resultado de la siembra y recogida, de la causa y del efecto, de los actos y sus consecuencias. Es decir: acción y reacción.

Por eso, a quien esto escribe, le llamó la atención aquella mujer erguida, de voz de trueno, que caminaba del extremo norte al sur de la plazoleta, arengando a quienes se encontraban allí, escuchándole. Ella emitió las críticas que presuponen un cambio de sistema que el tiempo va dejando en la obsolescencia. Anunciaba, en pequeña escala, la nueva edad de oro, cual poeta y antiguo heraldo de aquella Grecia que por el influjo de Homero, tan largo esplendor vivió.

Pero, esos antiguos heraldos siguen siendo potentes faros de luz: Homero, Platón, Séneca, Cicerón, Lao Tse, Sidharta Gautama, Confucio, Pantajali, Plutarco, Al Gazzali, Ibn Arabi, Rumi, Cervantes, Allan Kardec, Benjamín Franklin, Victor Hugo, Amalia Domingo Soler, Concepción Arenal, León Denis, Ernesto Bozzano, José Mazzini, Tagore, Gandhi, Alexis Carrel, Paúl Brunton, Napoleón Hill, e incontables otros.

A lo lejos, los incondicionales de los viejos sistemas que como avestruces esconden su cabeza en un hueco de la tierra, y en vez de de proyectar su pensamiento en un mundo abierto, cuales lacayos, repetían: -“Viva el Príncipe”.

Una joven, acompañada por su asesor, iba caminando con paso rápido por la plaza, para llegar a tiempo a una oficina gubernamental, les decía: -“Dejadle tranquila; dejadle tranquila!”.

Algunos se mofaban de la mujer que fustigaba exhortando al cambio, al cultivo de la virtud, anunciando mejores tiempos por venir. 

Pero ella, inspirada, serena y confiadamente, al igual que un jefe victorioso en el campo de batalla, o un científico en su laboratorio, recorrió de punta a punta la pequeña plazoleta, la que, precisamente, tiene por nombre el que marca una época gloriosa en los anales de la historia. Omitimos mencionarlo, pero podría ser cualquiera relativo al propio terruño.

Al llegar al extremo sur de la plaza, aquella mujer de voz de trueno, equilibrada, con dignidad y  aureola luminosa de quien sabe que está siendo, en ese momento, una profetisa, arremetió con mayor fuerza aún. Su arenga era, a la vez, una amonestación, y una exhortación para recorrer la senda virtuosa del progreso. Ella parecía anunciar ese nuevo Contrato Social, al estilo de J. J. Rousseau, que los tiempos demandan a grandes voces y que pronto, alguien habrá de estructurar.  

Recordemos lo que Don Quijote le dijo a aquellas dos damas de vida “fácil”, en la venta en que hizo su parada, en su primera salida:

-“Cuanto una digna mesura es virtud en las hermosas damas, la risa que de leve causa procede es mucha sandez; no por esto os amonesto, sino que os lo digo solo por el deseo de que seáis de ánimo benévolo hacia mí, que el mío está imbuido de la total voluntad de serviros”.

¡Cuánta elevación de pensamiento manifestaba el Hidalgo! En ese aforismo del segundo capítulo del Quijote comenzaba a plasmarse el genio inmortal de Cervantes, expresando una eterna sabiduría de manera inigualable.

Luego, Cervantes agrega:

-“El lenguaje no entendido por las señoras, y el aspecto de nuestro caballero, acrecentaban en ellas la risa,….”. (…).

En aquella plazoleta, algunos seguían diciendo: -“Viva el Príncipe”. En su respectiva ciudad, cada quien encontrará un espécimen que se le asemeje, -al Príncipe-, por cuanto es natural que así sea.

Cualquiera diría que esa mujer de la cual se mofaban esos humanos que allí escuchaban, lacayos, algunos, de subalternos intereses, de que era alguien que precisaba se le apretase alguna tuerca en su mente.

Pero, para alguien que sabe ver las señales que los tiempos traen, un heraldo en movimiento jamás anda solo; es como el primer paso detrás del cual siguen muchos otros, ad infinitum.

Frente a la acción pedagógica de la Divinidad, en la conciencia, no hay nadie que pueda resistir por largo tiempo. Pero, la Divinidad actúa simultáneamente en la conciencia de todos, y gran número de personas, al mismo tiempo, asumen su rol inherente, y se transforman en heraldos de nuevos tiempos. Pero, el mayor heraldo es Dios. Cada ser presta su voz, pero el pensamiento expresado es el de la Divinidad. Por eso decimos: -Es un heraldo, o poeta, inspirado por Dios; o, por los guías espirituales; o, por cada ser, desde la dimensión espiritual, o encarnado en desdoblamiento, o proyección, en los cuatro reinos naturales. Interactuando, también, un reino con otro, ya que todos son cooperantes entre sí, y cada ser es una expresión de la Divinidad, en cualquiera de sus manifestaciones.

Cada quien enrumbará sus pasos, oportunamente, a un mejor puerto, donde abrirá la puerta de la nueva edad de oro, en su respectivo nivel de conciencia.

Emergerán Nuevas Acrópolis, y escultores como Fidias, o Praxiteles, que harán brotar un nuevo Partenón, en cada época.

Con el tiempo, en vez de Fidias se llamará: Miguel Ángel, Augusto Rodin, y con muchos otros nombres, pero su genio portentoso, su inmensa capacidad de trabajo y visión, crearán obras trascendentales.

La majestuosidad de sus obras despertará la admiración de la gente en incontables siglos, pero el pensamiento que le es inherente, será un potente faro de luz, que guiará a las nuevas generaciones.

También los artistas son heraldos de los nuevos niveles del pensum cósmico.

Emergerán, también, nuevos personajes equivalentes a: Pericles, Alejandro Magno, Ptolomeo I Soter, Mahoma, Abderramán III, Lorenzo El Magnífico, y tantos otros, que utilizarán a esos genios preclaros en la creación de las obras que simbolizarán, precisamente, esos estados de conciencia elevados hacia donde está enrumbada la humanidad.

La Luz ilumina los horizontes humanos. No se trata de entablar una contienda encarnecida con la oscuridad, o contra quienes, erróneamente, pudiesen pretender de mantenerla, contra corriente.

De lo que se trata es de enfilar la proa en sentido del Este, por donde, cada mañana, sale, nuevamente, el sol. Luego, seguirlo en su trayectoria, y al llegar la noche, descansar, para recuperar las fuerzas.

Empero, al llegar la noche, hay otras clases de luces, que, también, evacuan la oscuridad: la eléctrica, el estudio, la meditación, la reunión con quienes saben más, para aprender, y un sinnúmero, aún, de elementos, a la medida de cada quien, en cualquier lugar y condición.

 Pero, la más importante de todas, es la luz de la Divinidad que emerge en la conciencia. Es la de los valores universales: el amor, la prudencia, la justicia, la fortaleza, la templanza y la belleza, que guían a cada ser por el camino de una vida virtuosa, y feliz.

La conciencia de cada ser, en los cuatro reinos naturales, es una réplica exacta de la de Dios. En ella aflora, incesantemente, la luz que alumbrará los nuevos tiempos por venir.

Cada quien, por propia conciencia, vuelve, en nuevos ciclos de vida, para enderezar los tuertos que antes hiciera. Es el ideal de Don Quijote que en todo ser ve la magnificencia de la Divinidad. Por ejemplo, en aquellas mozas de vida “fácil”, él contempla damas virtuosas; en el ventero, al gobernador de un famoso castillo; en su rocín, el mejor de los caballos del mundo, y en todo, guiado por los preceptos de la Orden de Caballería, cuyo rol había asumido: -además de no hacer daño alguno a nadie, le animaba el anhelo de servir, y realizar la mayor suma de bien posible.

Los mismos “enemigos” de la luz, serán los difusores de la misma, en tiempos futuros. Nadie puede escapar al destino que la persona misma pusiera en movimiento, por la ley cósmica. Quienes ahora dilapidan las arcas del tesoro público, a nivel mundial, dentro de una “legalidad” que pareciera inobjetable a la vista de todos, frente al esquema de la divinidad, que utiliza una balanza más fidedigna, y una percepción más preclara, tanto para premiar como para ordenar la compensación inherente, la Justicia le “impondrá” venir a llenar las arcas que antes vaciaran y a usarlas con mayor prudencia.

¿Cuántos siglos de “servicios compensatorios” implican el resarcimiento del indebido uso de los recursos públicos, o ajenos? No importa, será un tiempo suficiente para el aprendizaje, y la compensación. Los regidores cósmicos se aseguran, de esta manera, un recurso humano que se le coloca bajo su dirección, en la realización de las obras a ellos encomendada. ¿Quién podría dudar de la sabiduría de la Divinidad?

Todo se encuentra en un perfecto orden. En un mundo que pareciera ser un caos, se percibe, sin embargo, el efecto ordenador de la naturaleza, que, en el tiempo perfecto del sincronismo universal, va estableciendo la armonía de la Divinidad.

El cambio empieza con la expresión de nuevos estados de conciencia.

Por eso los heraldos, con tiempo, vienen a advertir sobre las obsolescencias que precisan cambios de rumbos, y anuncian los nuevos.

Son, los heraldos, los instrumentos inspirados por la  Divinidad, cuya voz alerta coercitivamente para reorientar el sentido existencial.  

Representan el mensaje visible inspirado por un entorno invisible que vigila, dirige y corrige.

Ningún pensamiento y acto, pasan desapercibidos frente a esa dimensión espiritual que lo ve todo.

Es alentador saber que nuevos heraldos siguen emergiendo, según los tiempos, y en cada era. Para muestra basta un botón. Esa mujer, como mensajera, preanuncia a muchos otros, en idéntico rol, en cada rincón del mundo.

Nuevos poetas elevarán su canto para despertar las conciencias, y señalar nuevos caminos. Los ideales esbozados por los maestros de la Patria, son faros luminosos. Ellos vieron antes lo que hay que realizar ahora. He aquí la importancia de leer a los grandes pensadores, a los poetas y a los ensayistas, de todos los países y corrientes de pensamiento.

Son tiempos de cambios que anuncian la nueva edad de oro. ¡Cuánto trabajo por delante, cuántas alegrías que disfrutar! ¡Cuántas páginas en blanco esperan ser llenadas con excelsas obras!

Saludamos a esa mujer valiente de la plazoleta, y les damos las gracias por la gesta heroica que su acto representa, en una época en que la gente pareciera estar pasiva. Son tiempos de calma creadora que esperan el toque de la trompeta que anuncie el tiempo de la acción fecunda.

Heraldo, o profetisa, simboliza la apertura a esos tiempos anhelados a los cuales habrá que aportar la propia cooperación y concurso. A no dudar, el mundo mejor que todos anhelamos es ya una realidad en los planes cósmicos. Ahora, manifestémoslo a partir del pensamiento creador, como lo hiciera la heraldo de nuestro relato. Expresemos nuestra gratitud a la Divinidad por su inefable bondad plasmada en la Ley Cósmica, y en la conciencia de cada ser.

Adelante.

 

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